12-09-08, 12:44
POLÍTICA
Una narración aunque ficticia, verosímil
¿Es la baja del precio del petróleo una “mala noticia” para Rajoy?
Luces rojas de alarma se encienden en Génova 13. Mariano Rajoy pregunta con cierta inquietud qué esta pasando. Teme que la alarma se haya disparado porque quizás alguien haya oído el redoble de tambores lejanos, presagio de una nueva guerra, ahora que Esperanza Aguirre está a punto de ser investida otra vez presidenta del PP madrileño.
<!-- Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal lo tranquilizan. Le dice De Cospedal que ella, como sabe él muy bien, fue consejera de Transportes e Infraestructuras del Gobierno Aguirre y mantiene una fluida relación con la presidenta madrileña. Subraya que –por lo que ella conoce y sabe- Aguirre no está en condiciones de promover otra guerra sucesoria, pues salió muy escaldada de su intento anterior y añade que, más allá de alguna que otra puya de José María Aznar, la situación en el PP es plácida. Todos, cabría decir -puntualiza-, hacen piña en torno al jefe.
Gratamente sorprendido
Rajoy les agradece a ambas sus reflexiones y ordena que se presente en su despacho Esteban González Pons. Le explica que la alarma detectada en la sede popular no creía él que fuera casual o fruto de una avería, aunque, al parecer, sí estaba descartada cualquier otra rebelión contra él por parte de Aguirre. Le comentó que estaba además gratamente sorprendido porque le había dicho su jefa de Prensa, Carmen Martínez Castro, que ayer jueves en la COPE tanto Federico Jiménez Losantos como Pedro J. Ramírez lo habían elogiado por sus intervenciones frente a José Luís Rodríguez Zapatero.
Habilidad dialéctica
No obstante –subrayó Rajoy, charlando amigablemente con González Pons-, las grandes loas hacia Rosa Díez, lanzadas por Losantos y Ramírez, son señal inequívoca de que estos dos periodistas mantienen aún su hostilidad contra él, aunque acaso amortiguada en relación a meses atrás. Felicitó a su interlocutor por su admirable habilidad dialéctica, capaz de enaltecer a Sarah Palin -de la que había afimado que estaba “enamorado un poco”-, de guiñar el ojo a Hillary Clinton y de no incurrir en el error de cargar contra Barack Obama y tampoco contra McCain. En ese clima de confianza, Rajoy le preguntó si tenía algún indicio que le condujera a la razón de la alarma.
Sospechas sobre UPN
El vicesecretario de Comunicación del PP le respondió que sus sospechas las trasladaba a la ciudad de Pamplona, donde el presidente del Gobierno navarro y máximo dirigente del UPN, Miguel Sanz, estaba exhibiendo un comportamiento como mínimo ambiguo respecto a la posibilidad de que sus dos diputados en el Congreso sumaran sus votos a los socialistas en apoyo de los nuevos presupuestos generales del Estado. Calificó el suceso de intolerable y provocador. Agregó que tal vez estábamos ante la ruptura de UPN con el Partido Popular y, probablemente, si esto se consumara, la ruptura interna de un partido que en Navarra ostenta, al fin y al cabo, la plena representación del PP, aunque con otra denominación.
¡Ojo con Sanz!
González Pons no consiguió, sin embargo, convencer a Rajoy. El líder popular le mencionó la versión que le había hecho llegar un hombre tan identificado con el PP como Jaime Ignacio del Burgo, veterano político de la derecha navarra, y que no era tan catastrofista, a pesar de que no le ocultó su recelo hacia Sanz, porque nunca se había fiado de él. Asumió González Pons esa explicación, pero le exhortó a que vigilara a Sanz, ya que el muy ladino podía hacer un estropicio para salvar su piel a costa del PP y así tener contento a Zapatero.
Manuel Pizarro
Rajoy lo despidió con cordialidad e hizo llamar de inmediato a Cristóbal Montoro, mientras telefoneaba a Manuel Pizarro con quien había limado asperezas y le había prometido ser gobernador del Banco de España, si en 2012 ganaba el PP las elecciones. Pizarro le manifestó que le iba a decir -como buen aragonés- la verdad. Le puntualizó que esa alarma tan sospechosa sólo podía atribuirse a la bajada del precio del petróleo, “una mala noticias para nosotro” –dijo textualmente-, puesto que le puede permitir a Zapatero sacar pecho y albergar la esperanza de que la crisis empieza a menguar. Le insistió en el dato de que de julio a agosto la inflación ha descendido en cuatro décimas, lo que –aun no siendo espectacular- resulta significativo.
Ningún vaticinio válido
Le recordó que en un año el crudo elevó un 60 por ciento su precio en todo el mundo, lo que había generado un malestar generalizado y, naturalmente, había repercutido de forma negativa en la economía española. Pizarro le apuntó que la situación es fluctuante y que ningún vaticinio es válido, pero que no hay que menospreciar la posibilidad de España termine este año con una inflación por debajo del 4 por ciento. Le remarcó que sentía enormemente haberle transmitido tan desagradable novedad y que sin duda había que confiar en otras variables menos optimistas.
Nueva pesadilla
Solo en su despacho, tras haber dicho a su secretaría que no hacía falta que entrara Montoro, que le disculpara por la espera, la cara de Rajoy se volvió lívida, únicamente disimulada en parte por su barba cada vez más blanquecina. El sueño de Rajoy de habitar durante cuatro años al menos en Moncloa se transformó de pronto en una nueva pesadilla. Tenía la impresión de que la suerte no le acompañaba. Pensó que España no se merecía ser gobernada por un botarate como Zapatero y sí por un patriota de firmes principios y convicciones como él.
La última manifestación
Creyó por unos segundos que la conjura para echarlo de Génova 13 estallaría de nuevo y se estremeció al imaginarse la alegría de Aguirre, de Losantos, de Ramírez y, entre otros muchos, de gentes como Sanz. ¿Por cierto, por qué tuvo que ser en Pamplona la última manifestación -de las muchas que hubo contra Zapatero- a la que acudió él para respaldar a Sanz? Se calmó diciéndose a sí mismo: “La verdad, Mariano – ¡qué le vamos a hacer!-, es que nadie es perfecto”.
Enric Sopena es director de El Plural
-->Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal lo tranquilizan. Le dice De Cospedal que ella, como sabe él muy bien, fue consejera de Transportes e Infraestructuras del Gobierno Aguirre y mantiene una fluida relación con la presidenta madrileña. Subraya que –por lo que ella conoce y sabe- Aguirre no está en condiciones de promover otra guerra sucesoria, pues salió muy escaldada de su intento anterior y añade que, más allá de alguna que otra puya de José María Aznar, la situación en el PP es plácida. Todos, cabría decir -puntualiza-, hacen piña en torno al jefe.
Gratamente sorprendido
Rajoy les agradece a ambas sus reflexiones y ordena que se presente en su despacho Esteban González Pons. Le explica que la alarma detectada en la sede popular no creía él que fuera casual o fruto de una avería, aunque, al parecer, sí estaba descartada cualquier otra rebelión contra él por parte de Aguirre. Le comentó que estaba además gratamente sorprendido porque le había dicho su jefa de Prensa, Carmen Martínez Castro, que ayer jueves en la COPE tanto Federico Jiménez Losantos como Pedro J. Ramírez lo habían elogiado por sus intervenciones frente a José Luís Rodríguez Zapatero.
Habilidad dialéctica
No obstante –subrayó Rajoy, charlando amigablemente con González Pons-, las grandes loas hacia Rosa Díez, lanzadas por Losantos y Ramírez, son señal inequívoca de que estos dos periodistas mantienen aún su hostilidad contra él, aunque acaso amortiguada en relación a meses atrás. Felicitó a su interlocutor por su admirable habilidad dialéctica, capaz de enaltecer a Sarah Palin -de la que había afimado que estaba “enamorado un poco”-, de guiñar el ojo a Hillary Clinton y de no incurrir en el error de cargar contra Barack Obama y tampoco contra McCain. En ese clima de confianza, Rajoy le preguntó si tenía algún indicio que le condujera a la razón de la alarma.
Sospechas sobre UPN
El vicesecretario de Comunicación del PP le respondió que sus sospechas las trasladaba a la ciudad de Pamplona, donde el presidente del Gobierno navarro y máximo dirigente del UPN, Miguel Sanz, estaba exhibiendo un comportamiento como mínimo ambiguo respecto a la posibilidad de que sus dos diputados en el Congreso sumaran sus votos a los socialistas en apoyo de los nuevos presupuestos generales del Estado. Calificó el suceso de intolerable y provocador. Agregó que tal vez estábamos ante la ruptura de UPN con el Partido Popular y, probablemente, si esto se consumara, la ruptura interna de un partido que en Navarra ostenta, al fin y al cabo, la plena representación del PP, aunque con otra denominación.
¡Ojo con Sanz!
González Pons no consiguió, sin embargo, convencer a Rajoy. El líder popular le mencionó la versión que le había hecho llegar un hombre tan identificado con el PP como Jaime Ignacio del Burgo, veterano político de la derecha navarra, y que no era tan catastrofista, a pesar de que no le ocultó su recelo hacia Sanz, porque nunca se había fiado de él. Asumió González Pons esa explicación, pero le exhortó a que vigilara a Sanz, ya que el muy ladino podía hacer un estropicio para salvar su piel a costa del PP y así tener contento a Zapatero.
Manuel Pizarro
Rajoy lo despidió con cordialidad e hizo llamar de inmediato a Cristóbal Montoro, mientras telefoneaba a Manuel Pizarro con quien había limado asperezas y le había prometido ser gobernador del Banco de España, si en 2012 ganaba el PP las elecciones. Pizarro le manifestó que le iba a decir -como buen aragonés- la verdad. Le puntualizó que esa alarma tan sospechosa sólo podía atribuirse a la bajada del precio del petróleo, “una mala noticias para nosotro” –dijo textualmente-, puesto que le puede permitir a Zapatero sacar pecho y albergar la esperanza de que la crisis empieza a menguar. Le insistió en el dato de que de julio a agosto la inflación ha descendido en cuatro décimas, lo que –aun no siendo espectacular- resulta significativo.
Ningún vaticinio válido
Le recordó que en un año el crudo elevó un 60 por ciento su precio en todo el mundo, lo que había generado un malestar generalizado y, naturalmente, había repercutido de forma negativa en la economía española. Pizarro le apuntó que la situación es fluctuante y que ningún vaticinio es válido, pero que no hay que menospreciar la posibilidad de España termine este año con una inflación por debajo del 4 por ciento. Le remarcó que sentía enormemente haberle transmitido tan desagradable novedad y que sin duda había que confiar en otras variables menos optimistas.
Nueva pesadilla
Solo en su despacho, tras haber dicho a su secretaría que no hacía falta que entrara Montoro, que le disculpara por la espera, la cara de Rajoy se volvió lívida, únicamente disimulada en parte por su barba cada vez más blanquecina. El sueño de Rajoy de habitar durante cuatro años al menos en Moncloa se transformó de pronto en una nueva pesadilla. Tenía la impresión de que la suerte no le acompañaba. Pensó que España no se merecía ser gobernada por un botarate como Zapatero y sí por un patriota de firmes principios y convicciones como él.
La última manifestación
Creyó por unos segundos que la conjura para echarlo de Génova 13 estallaría de nuevo y se estremeció al imaginarse la alegría de Aguirre, de Losantos, de Ramírez y, entre otros muchos, de gentes como Sanz. ¿Por cierto, por qué tuvo que ser en Pamplona la última manifestación -de las muchas que hubo contra Zapatero- a la que acudió él para respaldar a Sanz? Se calmó diciéndose a sí mismo: “La verdad, Mariano – ¡qué le vamos a hacer!-, es que nadie es perfecto”.
Enric Sopena es director de El Plural
![[Imagen: 0000008983.jpg]](http://www.elplural.com/media/0000008500/0000008983.jpg)
Una narración aunque ficticia, verosímil
¿Es la baja del precio del petróleo una “mala noticia” para Rajoy?
Luces rojas de alarma se encienden en Génova 13. Mariano Rajoy pregunta con cierta inquietud qué esta pasando. Teme que la alarma se haya disparado porque quizás alguien haya oído el redoble de tambores lejanos, presagio de una nueva guerra, ahora que Esperanza Aguirre está a punto de ser investida otra vez presidenta del PP madrileño.
<!-- Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal lo tranquilizan. Le dice De Cospedal que ella, como sabe él muy bien, fue consejera de Transportes e Infraestructuras del Gobierno Aguirre y mantiene una fluida relación con la presidenta madrileña. Subraya que –por lo que ella conoce y sabe- Aguirre no está en condiciones de promover otra guerra sucesoria, pues salió muy escaldada de su intento anterior y añade que, más allá de alguna que otra puya de José María Aznar, la situación en el PP es plácida. Todos, cabría decir -puntualiza-, hacen piña en torno al jefe.
Gratamente sorprendido
Rajoy les agradece a ambas sus reflexiones y ordena que se presente en su despacho Esteban González Pons. Le explica que la alarma detectada en la sede popular no creía él que fuera casual o fruto de una avería, aunque, al parecer, sí estaba descartada cualquier otra rebelión contra él por parte de Aguirre. Le comentó que estaba además gratamente sorprendido porque le había dicho su jefa de Prensa, Carmen Martínez Castro, que ayer jueves en la COPE tanto Federico Jiménez Losantos como Pedro J. Ramírez lo habían elogiado por sus intervenciones frente a José Luís Rodríguez Zapatero.
Habilidad dialéctica
No obstante –subrayó Rajoy, charlando amigablemente con González Pons-, las grandes loas hacia Rosa Díez, lanzadas por Losantos y Ramírez, son señal inequívoca de que estos dos periodistas mantienen aún su hostilidad contra él, aunque acaso amortiguada en relación a meses atrás. Felicitó a su interlocutor por su admirable habilidad dialéctica, capaz de enaltecer a Sarah Palin -de la que había afimado que estaba “enamorado un poco”-, de guiñar el ojo a Hillary Clinton y de no incurrir en el error de cargar contra Barack Obama y tampoco contra McCain. En ese clima de confianza, Rajoy le preguntó si tenía algún indicio que le condujera a la razón de la alarma.
Sospechas sobre UPN
El vicesecretario de Comunicación del PP le respondió que sus sospechas las trasladaba a la ciudad de Pamplona, donde el presidente del Gobierno navarro y máximo dirigente del UPN, Miguel Sanz, estaba exhibiendo un comportamiento como mínimo ambiguo respecto a la posibilidad de que sus dos diputados en el Congreso sumaran sus votos a los socialistas en apoyo de los nuevos presupuestos generales del Estado. Calificó el suceso de intolerable y provocador. Agregó que tal vez estábamos ante la ruptura de UPN con el Partido Popular y, probablemente, si esto se consumara, la ruptura interna de un partido que en Navarra ostenta, al fin y al cabo, la plena representación del PP, aunque con otra denominación.
¡Ojo con Sanz!
González Pons no consiguió, sin embargo, convencer a Rajoy. El líder popular le mencionó la versión que le había hecho llegar un hombre tan identificado con el PP como Jaime Ignacio del Burgo, veterano político de la derecha navarra, y que no era tan catastrofista, a pesar de que no le ocultó su recelo hacia Sanz, porque nunca se había fiado de él. Asumió González Pons esa explicación, pero le exhortó a que vigilara a Sanz, ya que el muy ladino podía hacer un estropicio para salvar su piel a costa del PP y así tener contento a Zapatero.
Manuel Pizarro
Rajoy lo despidió con cordialidad e hizo llamar de inmediato a Cristóbal Montoro, mientras telefoneaba a Manuel Pizarro con quien había limado asperezas y le había prometido ser gobernador del Banco de España, si en 2012 ganaba el PP las elecciones. Pizarro le manifestó que le iba a decir -como buen aragonés- la verdad. Le puntualizó que esa alarma tan sospechosa sólo podía atribuirse a la bajada del precio del petróleo, “una mala noticias para nosotro” –dijo textualmente-, puesto que le puede permitir a Zapatero sacar pecho y albergar la esperanza de que la crisis empieza a menguar. Le insistió en el dato de que de julio a agosto la inflación ha descendido en cuatro décimas, lo que –aun no siendo espectacular- resulta significativo.
Ningún vaticinio válido
Le recordó que en un año el crudo elevó un 60 por ciento su precio en todo el mundo, lo que había generado un malestar generalizado y, naturalmente, había repercutido de forma negativa en la economía española. Pizarro le apuntó que la situación es fluctuante y que ningún vaticinio es válido, pero que no hay que menospreciar la posibilidad de España termine este año con una inflación por debajo del 4 por ciento. Le remarcó que sentía enormemente haberle transmitido tan desagradable novedad y que sin duda había que confiar en otras variables menos optimistas.
Nueva pesadilla
Solo en su despacho, tras haber dicho a su secretaría que no hacía falta que entrara Montoro, que le disculpara por la espera, la cara de Rajoy se volvió lívida, únicamente disimulada en parte por su barba cada vez más blanquecina. El sueño de Rajoy de habitar durante cuatro años al menos en Moncloa se transformó de pronto en una nueva pesadilla. Tenía la impresión de que la suerte no le acompañaba. Pensó que España no se merecía ser gobernada por un botarate como Zapatero y sí por un patriota de firmes principios y convicciones como él.
La última manifestación
Creyó por unos segundos que la conjura para echarlo de Génova 13 estallaría de nuevo y se estremeció al imaginarse la alegría de Aguirre, de Losantos, de Ramírez y, entre otros muchos, de gentes como Sanz. ¿Por cierto, por qué tuvo que ser en Pamplona la última manifestación -de las muchas que hubo contra Zapatero- a la que acudió él para respaldar a Sanz? Se calmó diciéndose a sí mismo: “La verdad, Mariano – ¡qué le vamos a hacer!-, es que nadie es perfecto”.
Enric Sopena es director de El Plural
-->Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal lo tranquilizan. Le dice De Cospedal que ella, como sabe él muy bien, fue consejera de Transportes e Infraestructuras del Gobierno Aguirre y mantiene una fluida relación con la presidenta madrileña. Subraya que –por lo que ella conoce y sabe- Aguirre no está en condiciones de promover otra guerra sucesoria, pues salió muy escaldada de su intento anterior y añade que, más allá de alguna que otra puya de José María Aznar, la situación en el PP es plácida. Todos, cabría decir -puntualiza-, hacen piña en torno al jefe.
Gratamente sorprendido
Rajoy les agradece a ambas sus reflexiones y ordena que se presente en su despacho Esteban González Pons. Le explica que la alarma detectada en la sede popular no creía él que fuera casual o fruto de una avería, aunque, al parecer, sí estaba descartada cualquier otra rebelión contra él por parte de Aguirre. Le comentó que estaba además gratamente sorprendido porque le había dicho su jefa de Prensa, Carmen Martínez Castro, que ayer jueves en la COPE tanto Federico Jiménez Losantos como Pedro J. Ramírez lo habían elogiado por sus intervenciones frente a José Luís Rodríguez Zapatero.
Habilidad dialéctica
No obstante –subrayó Rajoy, charlando amigablemente con González Pons-, las grandes loas hacia Rosa Díez, lanzadas por Losantos y Ramírez, son señal inequívoca de que estos dos periodistas mantienen aún su hostilidad contra él, aunque acaso amortiguada en relación a meses atrás. Felicitó a su interlocutor por su admirable habilidad dialéctica, capaz de enaltecer a Sarah Palin -de la que había afimado que estaba “enamorado un poco”-, de guiñar el ojo a Hillary Clinton y de no incurrir en el error de cargar contra Barack Obama y tampoco contra McCain. En ese clima de confianza, Rajoy le preguntó si tenía algún indicio que le condujera a la razón de la alarma.
Sospechas sobre UPN
El vicesecretario de Comunicación del PP le respondió que sus sospechas las trasladaba a la ciudad de Pamplona, donde el presidente del Gobierno navarro y máximo dirigente del UPN, Miguel Sanz, estaba exhibiendo un comportamiento como mínimo ambiguo respecto a la posibilidad de que sus dos diputados en el Congreso sumaran sus votos a los socialistas en apoyo de los nuevos presupuestos generales del Estado. Calificó el suceso de intolerable y provocador. Agregó que tal vez estábamos ante la ruptura de UPN con el Partido Popular y, probablemente, si esto se consumara, la ruptura interna de un partido que en Navarra ostenta, al fin y al cabo, la plena representación del PP, aunque con otra denominación.
¡Ojo con Sanz!
González Pons no consiguió, sin embargo, convencer a Rajoy. El líder popular le mencionó la versión que le había hecho llegar un hombre tan identificado con el PP como Jaime Ignacio del Burgo, veterano político de la derecha navarra, y que no era tan catastrofista, a pesar de que no le ocultó su recelo hacia Sanz, porque nunca se había fiado de él. Asumió González Pons esa explicación, pero le exhortó a que vigilara a Sanz, ya que el muy ladino podía hacer un estropicio para salvar su piel a costa del PP y así tener contento a Zapatero.
Manuel Pizarro
Rajoy lo despidió con cordialidad e hizo llamar de inmediato a Cristóbal Montoro, mientras telefoneaba a Manuel Pizarro con quien había limado asperezas y le había prometido ser gobernador del Banco de España, si en 2012 ganaba el PP las elecciones. Pizarro le manifestó que le iba a decir -como buen aragonés- la verdad. Le puntualizó que esa alarma tan sospechosa sólo podía atribuirse a la bajada del precio del petróleo, “una mala noticias para nosotro” –dijo textualmente-, puesto que le puede permitir a Zapatero sacar pecho y albergar la esperanza de que la crisis empieza a menguar. Le insistió en el dato de que de julio a agosto la inflación ha descendido en cuatro décimas, lo que –aun no siendo espectacular- resulta significativo.
Ningún vaticinio válido
Le recordó que en un año el crudo elevó un 60 por ciento su precio en todo el mundo, lo que había generado un malestar generalizado y, naturalmente, había repercutido de forma negativa en la economía española. Pizarro le apuntó que la situación es fluctuante y que ningún vaticinio es válido, pero que no hay que menospreciar la posibilidad de España termine este año con una inflación por debajo del 4 por ciento. Le remarcó que sentía enormemente haberle transmitido tan desagradable novedad y que sin duda había que confiar en otras variables menos optimistas.
Nueva pesadilla
Solo en su despacho, tras haber dicho a su secretaría que no hacía falta que entrara Montoro, que le disculpara por la espera, la cara de Rajoy se volvió lívida, únicamente disimulada en parte por su barba cada vez más blanquecina. El sueño de Rajoy de habitar durante cuatro años al menos en Moncloa se transformó de pronto en una nueva pesadilla. Tenía la impresión de que la suerte no le acompañaba. Pensó que España no se merecía ser gobernada por un botarate como Zapatero y sí por un patriota de firmes principios y convicciones como él.
La última manifestación
Creyó por unos segundos que la conjura para echarlo de Génova 13 estallaría de nuevo y se estremeció al imaginarse la alegría de Aguirre, de Losantos, de Ramírez y, entre otros muchos, de gentes como Sanz. ¿Por cierto, por qué tuvo que ser en Pamplona la última manifestación -de las muchas que hubo contra Zapatero- a la que acudió él para respaldar a Sanz? Se calmó diciéndose a sí mismo: “La verdad, Mariano – ¡qué le vamos a hacer!-, es que nadie es perfecto”.
Enric Sopena es director de El Plural