A propósito de Palestina

Como dice Hans Küng en su libro “El Judaísmo” (Pasado, Presente, Futuro): la toma de la tierra y los comienzos del pueblo de Israel coinciden, son dos caras de la misma cosa. Dejando a un lado la cuestión de cómo surgió la sociedad cananea (mediante una “retribalización” (o de otro modo) y de cuál fue su organización (igualitaria o no), para matizar el paradigma tribus de la época pre-estatal, hay que observar que en el suelo de la recién conseguida tierra contrastan desde los primeros instantes las diferencias entre la religión cananea y la israelita. La creencia en Yahvé, procedente del desierto, comenzó a imponerse enseguida en Palestina; y las diversas grandes familias, aldeas, clanes y tribus se convierten paulatinamente en una comunidad de destino y en una comunidad narrante (Fin de la cita). Así que Yhavé es su Dios e Israel su pueblo elegido y la Tierra constituye la promesa, y en la base de su auto-comprensión como pueblo está la liberación de la esclavitud de Egipto por la intervención salvadora de Yhavé. “Una vid extrajiste de Egipto, expulsaste pueblos y la plantaste. Le preparaste el terreno, echó raíces y llenó el país…”(Salmo 80).

En el capítulo “El pueblo judío: un destino más allá de lo improbable” del libro “Dios, la Ciencia, las Pruebas” de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies se profundiza en las vicisitudes de este pueblo adentrándose, entre otras, en cuestiones tales como las pruebas extremas que sufrió desde los exilios bíblicos hasta el genocidio nazi; la pequeñez del país, carente de riquezas naturales, y rodeado de vecinos hostiles, algunos de los cuales reclaman su desaparición y cómo es el único país cuya capital, una ciudad también sin interés económico o estratégico, es el centro de una de las principales tensiones geopolíticas actuales. (Fin de la cita). Cabe recordar ahora que después de 18 siglos, en 1947 las Naciones Unidas acuerdan dividir el territorio palestino entre judíos y árabes y que en 1948 Ben-Gurión proclama la independencia de Israel y… desde entonces esta zona no se ve libre de conflictos aunque Israel ahora “ya no necesita la ayuda de Yhavé” pues se apaña con su potencial armamentístico y hoy en día estamos contemplando en directo la destrucción de parte de esta tierra por el ejército de Israel con el argumento de aniquilar al grupo terrorista Hamás que ejecutó una masacre contra inocentes en territorio israelí, pero con elevadísimo coste en el pueblo palestino, también inocente, imposible de entender y asimilar. Demasiadas veces, parece que Dios, el Dios que el pueblo judío dio al mundo, está ausente. En la obra “Eclipse de Dios” (Martin Buber, filósofo judío) se viene a decir: aunque esté la palabra “Dios” envilecida, abusada, corrompida, mutilada y profanada por las conductas humanas, no tenemos otra palabra más digna, en el abismo de indignidad que somos, a la que aferrarnos en tiempos de zozobra, pues ¿a quién agarrarse si no?, ¿adónde acudir para encontrar consuelo en nuestra oscuridad? Por eso dice que aunque no podemos limpiar la palabra “Dios” podemos levantarla del polvo. Qué grandeza había en este hombre que, como judío que era, vivió el holocausto de su pueblo bajo el tercer Reich y podía estar preguntándose continuamente ¿dónde está Dios que consiente estos crímenes?, y sin embargo es capaz de ver luz en la oscuridad y mantener la esperanza. Pues apelando a este judío y a todos los judíos de buena voluntad que saben que su pueblo fue esclavizado en Egipto, deportado a Nínive y a Babilonia, humillado, despreciado y desolado por los seléucidas, masacrados por Roma y por el holocausto en pleno siglo XX, hay que decir que el pueblo palestino también tiene derecho a la esperanza.

¿Qué podemos hacer para devolver a la palabra “Dios” su vigor originario? Pues allí donde alguien, con riesgo o no de su vida, da la cara por los derechos y la dignidad de las personas aun con riesgo de sufrir persecución, cárcel o muerte, allí cuando alguien dedica su vida a compartirla con los más desfavorecidos, allí donde alguien recibe, acoge, transporta, alimenta, abriga, cura, aloja, abraza y consuela a los refugiados y desplazados (de todas las guerras), allí se está devolviendo a la palabra “Dios” su vigor originario y se mantiene en pie la fe en la humanidad.

¡Nos hacen falta muchos Martin Buber!

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