Operar sin anestesia

Operar sin anestesia

	 			Cuando usted lea estas líneas, el discurso de Nochebuena del Rey estará completamente olvidado. Y sin embargo fue cabecera

de los telediarios y noticia de primera página de todos los periódicos hace apenas una semana. En un diario de tirada nacional, el titular, con caracteres gigantescos, decía así: “El Rey pide a los políticos sentido de Estado y respeto a la Constitución”. En la antigüedad, eran los políticos los que tenían que pedir sensatez a los reyes; ahora son los reyes los que solicitan moderación a los políticos. Todo esto es muy raro. En un mundo como Dios manda, los políticos tendrían que haberse enfadado con el Rey por recordarles lo obvio. Sin embargo, a la mayoría les pareció que el monarca había hecho un buen discurso. Claro, que el discurso de Juan Carlos se grabó a los pocos días de que leyéramos una encuesta del CIS según la cual el tercer problema de la ciudadanía, no recuerdo si por delante o por detrás del terrorismo (manda huevos), era la clase política. Quiere decirse que la República queda cada día más lejos.
Trato de imaginar qué sucedería en este país (o en cualquier otro) si la ministra de Cultura recordara a los escritores, en un discurso televisado, la obligación de no cometer faltas de ortografía ni de atentar contra la sintaxis. Se habría armado, con perdón, la de Dios es Cristo. Quizá González Sinde (o cualquier otra persona) se habría visto obligada a dimitir, desapareciendo del mapa durante unos meses, por recordar a los escritores lo obvio. Pongamos otro ejemplo: imaginen que el ministro del Interior, en su discurso de Navidad a los policías nacionales, les recordara la conveniencia de echar el seguro de la pistola cuando nos estuvieran de servicio. A estas horas, la presión de los sindicatos policiales habría obligado a Rubalcaba a pegarse un tiro en la sien. Y es que se supone que un policía sabe cuándo conviene llevar la pistola a punto y cuándo no.

¿Más ejemplos? Llega la ministra de Sanidad y recuerda a los cirujanos que no deben operar sin anestesia. Pues ya no habría ministra de Sanidad, lógicamente. Sin embargo, en la Sanidad madrileña, que está un día sí y otro también en los papeles, ha ocurrido algo absurdo que no ha levantado mucha polvareda. Nos referimos a la decisión de la Consejería de Sanidad de premiar con un sobresueldo a los médicos que expidan pocas bajas.
—Doctor, déme la baja, por favor, que estoy muriéndome.
—Y yo estoy pagando un curso de inglés a mi hija en Londres, de modo que tendrá usted que fallecer en su puesto de trabajo, con las botas puestas.
Pagar un incentivo por reducir las bajas es un disparate. Cabe suponer que el médico tiene el suficiente criterio para decidir cuándo conviene y cuándo no, del mismo modo que el escritor sabe qué palabras llevan acento o el policía dónde está el seguro de su arma. Por fortuna, parece que los médicos están en contra de esta medida, que sin embargo ya ha comenzado a aplicarse sin que la población se muera de la risa o de la angustia.
La clase política es la única a la que resulta imprescindible recordar que no hay que robar, ni matar ni violar ni cargarse la Constitución ni atentar contra el Estado, etc. No se enfadan por nada los políticos, como si dijeran dame pan y dime tonto. El año que viene sale el Rey por la tele recordando a los subsecretarios que conviene ducharse con regularidad y cortarse las uñas de vez en cuando y seguro que a todos les parece muy bien.
—Don Juan Carlos ha dicho lo que todos esperábamos escuchar –sentenciaría González Pons.
—Un discurso lleno de contenido –afirmaría José Blanco.

Así las cosas, el día de Navidad, telefoneé a un amigo editor y le propuse que hiciera un libro con todos los discursos de Nochebuena del Rey.
—¿Estás loco? –dijo.
Tuve que explicárselo porque a primera vista parece un disparate, claro. La obligación del monarca, cuando nos felicita las pascuas, es no decir nada. Un discurso real con contenido acabaría con la monarquía en cuatro nochebuenas. Pues resulta que los de Juan Carlos tienen un contenido acojonante y ahí está, cada vez más afianzado. Este año, sin ir más lejos, ha recordado a los políticos que no deben cargarse el Estado ni la Constitución. Una bomba, se mire por donde se mire. Pero los políticos, vaya por Dios, han reconocido que Juan Carlos lleva toda la razón y que toman nota. O sea, que los ha pillado el monarca con las manos en la masa. ¿Es o no es como para cambiar de país?JUAN JOSE MILLAS